Hace unos meses, llegó a mi muro de Facebook una notificación de etiquetado. Mi amiga Mayra me había invitado a leer una nota llamada “60 hechos y confesiones…”. La idea me pareció divertida, y aunque no soy muy de perpetuar cadenitas (¡ah, sí! Porque además venía incluido el famoso “llénalo con tus datos y etiqueta a tus amigos”), como no tenía nada mejor qué hacer, hice mi propia nota. Lamentablemente, a diferencia de Mayra, siendo yo una persona tan ordinaria no conseguí recolectar ni cuarenta incisos, pero aún así lo publiqué y etiqueté a mis amigos para que la leyeran.
En general, hubo buena respuesta: un par de “Me gusta”, y comentarios graciosos y lindos… bueno, excepto uno. El encanto se rompió cuando mis ojos cayeron sobre el comentario de Luis, mi maestro de trompeta y mi amigo desde que puse un pie por primera vez en la Escuela de Música.
Básicamente, Luis se ocupó en desacreditar y ridiculizar los “hechos y confesiones” que tanto me había costado sacarme de la manga, desde mi entrenamiento en Combate Extremo (que él jura y perjura que también practica, a pesar de que hace más de un semestre completo que no asiste a sus sesiones) hasta mis amplios gustos musicales y mi variada colección de MP3 (que sin importar con quién él esté hablando y qué le guste escuchar, los gustos y colecciones de él siempre resultan ser mejores)
Obviando el hecho de que muchos factores se confabularon por aquél entonces, afectando el humor y la sensatez de Luis, debo señalar que él, al igual de muchos de mis amigos (hombres) tiene éste tipo de conducta con bastante frecuencia. Y cuando la comete en mi presencia, trato de reprenderlo con toda la franqueza que él siempre ha exigido de mi como su amiga.
Pero la conducta de Cro-Magnon territorial luchando por el título de macho alfa del momento de mis amigos varones será un tema para otra ocasión. En aquel momento mi congoja era ¿qué hacer con los alardes testosteróneos de Luis, que tan cruelmente maculaban mi notita? Como probablemente sepan todos los facebookers, esta red ofrece a los usuarios la opción celestial de borrar, eliminar y/u ocultar de tu página los elementos o publicaciones irrelevantes o indeseables, o información que no quieres que vea todo el mundo. Y justamente eso hice. Claro, a los quince minutos ya tenía otra vez su cuadrito bajo mi nota, reclamándome por haber borrado su comentario, plañendo que “para qué lo etiquetaba si no iba poder comentar nada”. Y, como ya sospecharán, eso también lo borré.
Seguramente muchos se preguntan por qué no respondí ahí mismo los ataques de Luis, teniendo la oportunidad de “regresársela”. Tres palabras: etiqueta de internet. O netiqueta, como algunos autores la han llamado. Y no me refiero a un tag de búsqueda, o la mención del nombre de alguien en una foto o publicación escrita.
Hablo de reglas de etiqueta o urbanidad. A pesar de que el término suena a “cosa de viejitos”, lo cierto es que así como las hay y moderan nuestra conducta en sociedad en la vida ‘real’ o ‘física’, también deberían haber, y las hay, para regular el comportamiento de las personas en el ciberespacio, en su vida ‘virtual’.
Cada vez son más las personas que tienen cuentas de correo electrónico y mensajería instantánea y que se unen a una red social, y estas a su vez tienen cada vez más artilugios para enriquecer la interacción de sus usuarios. Como usuaria de Facebook, confieso que soy fanática de estas nuevas utilidades que ofrecen. No es para menos: reencontrarte con viejos amigos, mantener contacto con los que están lejos, planear fiestas, promover causas altruistas, publicitar eventos o empresas, conocer gente nueva, recordar un cumpleaños… todo eso en cuestión de un par de clics.
Pero aceptémoslo: el hecho de que estas redes y ámbitos virtuales creen casi como una realidad alterna a nuestra vida física provoca que a muchas personas se les haga fácil escribir y publicar lo primero que les pasa por la cabeza y se les antoja, sin importarles ni ponerse a pensar qué tan apropiado es el comment.
¿Por qué no contraataqué a Luis en Facebook? Porque así como en mi vida real no voy a tener una discusión seria o una pelea con un amigo o amiga o con mi pareja en medio de una reunión o una fiesta, en donde estén todos nuestros conocidos, so riesgo de incomodar a los presentes (a menos que sea una afrenta o falta de respeto en extremo grave), no lo voy a hacer en pleno ciberespacio, donde todas las personas que admito en mi lugar puedan leerlo, y así como no permito ciertos comportamientos en mi casa, no los permitiré en MI página personal, sobre todo y es una ofensa personal.
Esa debería ser la “regla de oro” para el ciberespacio, en foros, blogs y redes sociales: Si no lo haces en la vida real, no lo haces en internet. No te comportes en internet como no te comportarías en la vida real, y no le permitas a nadie en la web una ofensa que no tolerarías en ‘físico’.
Voy de acuerdo en que los tiempos han cambiado, y aunque ya no es necesario memorizar el Manual de Carreño, y hay ciertas normas que aunque se seguían religiosamente hace dos o tres décadas y hoy resultarían punto menos que absurdas, elitistas, innecesarias o ridículas, siguen habiendo, o deberían haber, muchas de ellas a considerarse como pautas sobre qué es apropiado o no decir o hacer en un momento y lugar determinados.
Pero parece que muchos dejaran sus modales en la homepage al entrar su contraseña, pues, so pretexto y oportunismo de no poder ser interrumpidos pues su soliloquio es escrito, e incluso de que “es un país libre” y “pueden decir lo que quieran” y ”hay libertad de expresión”, publican mamarrachadas que ni siquiera se atreverían a dejar pasar por su mente si tuvieran al anfitrión de la página enfrente, de carne, hueso y tecnicolor.
Y lo peor es que estos, lejos de guardar discreción al manejar la situación, responden ahí mismo a las agresiones, que continúan hasta que sus contactos reciben en su bandeja de entrada de email 300 notificaciones sobre el agarrón de chongo de sus finísimos amigos, quienes al parecer olvidaron que existe el Messenger. (Obviamente seria un movimiento inteligente configurar la entrada de notificaciones para reducirlas al mínimo, pero hoy ése no es mi punto). En ocasiones ni siquiera se trata de una pelea o una ofensa, sino simplemente una serie de “inofensivos” comentarios que se prolongan formando una charla banal, quitándole su merecido protagonismo al anfitrión de la página y a la foto de sus vacaciones en Guayabitos. Algo parecido a esto nos ocurrió a un grupo de amigos y a mí, pues uno publicó una legendaria foto en la que aparecemos todos en una de nuestras reuniones. Todo comenzó por expresar la nostalgia por nuestra época de preparatorianos para pasar a algunas mentadas, y finalizando con la organización de una reunión y una ida a la unidad deportiva… todo bajo la misma foto. Ni los ingenieros, ni los fresas ni los fashionistas se acordaron de la existencia del mensajero, o del teléfono celular, o del nextel… o de que vivimos en la misma ciudad. Y de la pobre foto y de la nostalgia, pregúntenme quién se acordó.
En cualquiera de esos casos, como en muchos otros, la sensatez y los modales de los facebookers suele brillar por su ausencia, causando pena ajena y haciéndome dudar de si realmente estaré eligiendo correctamente a mis amistades, además de provocar intrigas, chismes, confusiones y peleas que pasan al plano real y se podrían evitar si en primera instancia pensáramos dos y tres veces lo que vamos a escribir en el muro de Fulanito o de Menganita.
Otro punto a consideración en este tema es el de la imagen. Y me refiero al hecho de que para algunas personas, las redes sociales, más que una vía de recreación y convivencia, son herramientas de trabajo. Cada vez son más las figuras públicas, celebridades, políticos y empresas que abren sus páginas personales para mantenerse en contacto con sus colegas y superiores y publicitar sus labores. Y no hay que ir tan lejos: personas comunes, que habiéndose refundido cuatro o cinco años en una universidad obtienen un título y se convierten en profesionistas tienen perfiles en la red para mostrar, difundir y ofrecer sus servicios, así como hacerse de contactos profesionales, a manera de tarjetas de presentación virtuales.
Yo espero que los deseos de superación y realización míos y de mis contemporáneos nos conviertan algún día en esos profesionistas. Entonces, ¿se imaginan lo que un irreflexivo acto de estupidez como esos le haría a nuestra imagen profesional? ¿De qué habrán servido entonces tantos años de estudio, preparación y cultivación intelectual si en la red vamos a ser incivilizados, fanfarrones y desconsiderados?
Yo podría deshacerme en consejos y tips sobre lo que, a mi parecer y en mi experiencia, cabe o no hacer cuando se hace uso de ésa realidad virtual tan maravillosa que llamamos internet, redes sociales, correo electrónico o blogs. Pero, a menos que ello me sea demandado, por hoy me limitaré a invitar a la reflexión sobre la manera en que nos conducimos ante la sociedad y ante nuestros más cercanos en la vida y en el ciberespacio, para quien, complementando las palabras de don Manuel Carreño, al parecer también tenemos un deber ahora.
Estefanía Del Angel Ponce, 27 de julio de 2010
*Enlaces recomendados:
El Manual de Carreño en Wikipedia
http://es.wikipedia.org/wiki/Manual_de_Carre%C3%B1o
Descargar el Manual de Carreño en pdf
http://200.21.193.162:81/pub/familia/manualcarreno.pdf
Sobre el Manual de Carreño, su historia y su contenido en Protocolo.com http://www.protocolo.org/familiar/virtudes_modales_y_educacion/el_manual_de_carreno.html
Netiquette: "Manual de Carreño" para Internet. http://www.analitica.com/mujeranalitica/apostillas/4788288.asp
Reglas de etiqueta para Internet
Publicado en Acir por Miguel Ángel Monsiváis
http://luisgyg.com/?p=2272
Sabes, me pareció bien que hablaras sobre este tema, ya que muchas personas se esconden en el anonimato del internet, ya que en internet podemos ser las personas que queramos, y esto lo aprovechan para hacer ofensas a las demás personas.
ResponderEliminarComo explicas tú en tu nota, deberían comportarse mejor, aunque sea por escrito.
La verdad muchos de estos insultos u ofensas hacia los gustos de uno son inutiles, ya que estaran de acuerdo que nunca cambiaran solo por que atacaron sus ideales. Esta clase de actos pone en evidencia la intolerancia y la inmadurez de las personas. De hecho los insultos no sirven, deberiamos preocuparnos por ser civilizados y dejar de ser simios subdesarrollados del cerebro...
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